Jóvenes sin rumbo: ¿fracasa el sistema educativo o la sociedad?

Jóvenes sin rumbo: ¿fracasa el sistema educativo o la sociedad?
Jóvenes sin rumbo: ¿fracasa el sistema educativo o la sociedad?
Mientras miles de jóvenes terminan sus estudios sin saber qué hacer con sus vidas, crece la preocupación sobre si el sistema educativo realmente los prepara para la vida real. ¿Estamos educando para aprobar… o para vivir?
El problema más allá de las aulas
A diario se repite un patrón silencioso: jóvenes que finalizan su etapa educativa —ya sea secundaria o universitaria— sin un rumbo claro. No se trata de desinterés o falta de inteligencia. Al contrario: esta generación ha crecido en medio de la tecnología, con acceso a más información que nunca, pero también con una carga emocional, social y existencial más pesada.
El sistema educativo, en muchos contextos, sigue funcionando como hace 50 años: orientado a la memorización, el cumplimiento de estándares uniformes y la competencia. Sin embargo, el mundo que espera a esos jóvenes es todo lo contrario: cambiante, complejo, incierto y saturado de opciones.
¿Educar para qué?
¿Qué ocurre cuando un estudiante termina la secundaria sin haber descubierto su vocación? ¿O cuando un universitario obtiene su título sin saber cómo aplicarlo a la realidad laboral? El problema no es solo de contenidos. Es de sentido.
La educación debería ayudar a formar pensamiento crítico, inteligencia emocional, creatividad, empatía y autonomía. Pero hoy, muchas veces, los jóvenes egresan sin haber tenido siquiera un espacio para pensar en quiénes son o qué quieren.
Los docentes, en la línea de fuego
Los profesores están tan atrapados como los alumnos. Con planes de estudio rígidos, sobrecarga de trabajo, falta de herramientas emocionales y poco reconocimiento institucional, se convierten en transmisores de un sistema que también los deja fuera.
“No tenemos tiempo para hablar con los estudiantes sobre sus inquietudes. Todo es contenido, evaluaciones, presión para cumplir metas administrativas”, señala Laura G., profesora de secundaria. “¿Cómo vamos a ayudarlos a encontrar su camino si nosotros también estamos perdidos en lo burocrático?”
La familia, sin brújula
Los padres y madres tampoco lo tienen fácil. Muchos crecieron con la idea de que estudiar era sinónimo de éxito asegurado. Pero esa promesa ya no se cumple. Hoy, incluso con títulos universitarios, miles de jóvenes están desempleados, subempleados o frustrados por la falta de oportunidades.
Así, las familias no siempre saben cómo orientar. A veces presionan sin querer, esperando que los hijos “encajen” rápido en una sociedad que no da tiempo para explorar ni equivocarse. Otras veces, simplemente se sienten superadas y ceden la guía al sistema… que tampoco la ofrece.
¿Qué rol juega la sociedad?
La sociedad envía mensajes contradictorios. Por un lado, exige que los jóvenes tengan éxito, liderazgo, productividad. Por otro, los bombardea con modelos vacíos, superficialidad en redes, culto a la imagen y rechazo al fracaso. Todo eso contribuye a la sensación de insuficiencia y desorientación.
Además, los referentes reales escasean. Muchos jóvenes no tienen contacto con modelos positivos en su entorno. La cultura de lo inmediato y lo espectacular impide valorar procesos largos, descubrimientos personales, caminos que no son lineales.
Cuando todo es presión
La ansiedad por no “ser alguien” antes de los 25 está destrozando la salud mental de miles de jóvenes. Según datos recientes de la OMS, los trastornos de ansiedad y depresión en adolescentes y adultos jóvenes han aumentado más de un 25% desde 2020.
“Siento que si no tengo claro qué quiero hacer con mi vida ya estoy fracasando”, dice Nicolás, de 19 años. “Todos esperan algo de mí, pero yo todavía estoy intentando entenderme”.
El mundo laboral tampoco ayuda
A esto se suma un entorno laboral cambiante, con empleos que desaparecen, competencias nuevas cada año y un mercado que no espera. Muchas empresas buscan experiencia, pero no la ofrecen. Exigen habilidades blandas que nadie enseñó. Y se mueven más rápido que las instituciones educativas.
Esto genera una grieta entre lo que se enseña y lo que se necesita. Y, en medio, quedan los jóvenes, intentando construir un puente sin planos ni herramientas.
¿Y si empezamos a escuchar?
La solución no es simple, pero empieza por reconocer el problema. Es urgente abrir espacios donde los jóvenes puedan expresar dudas, inseguridades y aspiraciones. Donde se los escuche sin juzgar. Donde puedan probar, fallar y reorientarse.
Iniciativas como tutorías personalizadas, programas de orientación vocacional, mentorías intergeneracionales o incluso cambios curriculares que integren habilidades de vida ya están funcionando en algunos países. Pero hace falta decisión política y cultural para que se generalicen.
Una generación con potencial, no perdida
No es verdad que esta sea una “generación de cristal” ni “perdida”. Es una generación que ha crecido en un mundo más exigente, más incierto y más veloz que nunca. Pero también tiene más conciencia, más sensibilidad y más deseo de autenticidad.
Darles las herramientas para navegar ese mundo no es solo responsabilidad del sistema educativo. Es tarea de toda la sociedad. Porque si ellos no tienen rumbo, el futuro de todos también se tambalea.